jueves, 3 de abril de 2008

Dulce sueño entre papel de seda



Dulce sueño entre papel de seda.
4 de enero de 2006.

Leo en un texto de Víctor Hugo: donde acaba el juego y la ilusión por la última muñeca nace la ilusión por el primer hijo. No comparto este pensamiento pero me recuerda la importancia que han tenido, en la vida de las mujeres de mi familia, las muñecas.
Acababa la Guerra Civil y al tiempo que nacía mi madre, también lo hacía Mariquita Pérez. Era una muñeca coqueta, gestada por la imaginación de Leonor Coello. Distinta a todas las fabricadas hasta entonces en España. De cartón pintado al duco, con ojos durmientes, pelo natural recogido en dos coletas, chata y con una preciosa boca. Vestida siempre de punta en blanco, con biografía, padres y hermano, se convertía en el sueño de las niñas, sueño que por desgracia no se podían permitir la inmensa mayoría de las familias españolas. Y es que su precio rondaba las 100 pesetas, cuando un salario medio no alcanzaba las 10 pesetas diarias y la Pepona, muñeca de la época, no costaba más que 5 pesetas. Mariquita Pérez, "la muñeca que se viste de verdad" fue un fenómeno social que alcanzó a todos los estamentos sociales. Sin embargo llego parcialmente a todos, aunque solo fuese en forma de canciones, programas de radio o simplemente como espectáculo visual, pues incluso sus escaparates eran autenticas revistas de moda que causaban expectación con cada cambio. Los famosos no fueron inmunes a su encanto y desde Eva Perón pasando por la princesa Grace Kelly o Marisol se dejaron cautivar por la muñeca. Mi madre tiene una bonita nariz, fina, alargada y su punta tiene forma de un pequeño cuadrado. Cuando mis hermanas y yo le preguntamos la razón de esa forma, ella nos explicaba sonriendo que era por culpa de Mariquita Pérez, a ella le gustaba, sus padres no se la podían comprar y se conformaba con ir pegando su pequeña nariz a los escaparates para verla lo mas cercana que fuera posible. Coincidiendo con el cincuenta aniversario de mi madre le regalamos una reproducción del que fuera su sueño infantil, y lo que más nos sorprendió fue que al día siguiente le había tejido una rebeca y unos calcetines, haciendo realidad sus fantasías de antaño.
Año 1968, en las calles el mayo francés y la primavera de Praga, comenzaba a llegar a los hogares la televisión, mi paga semanal era de unas 15 pesetas, merendaba pan con una onza de chocolate, jugaba a la comba y los niños a las canicas, los cumpleaños todavía eran cosa de alboroto infantil frente a un chocolate caliente y una tarta de merengue... FAMOSA (Fábrica de Muñecas de Onil Sociedad Anónima) una fusión de firmas muñequeras pide al diseñador juguetero Tino Juan que trabaje en un proyecto de muñeca con cuerpo articulado de 42 centímetros de alto, larga melena y accesible a todo los bolsillos. Y nació Nancy.
No fue mi primera muñeca, pero sí la mejor sustituta para mi deteriorada Pablita, aquella bellísima muñeca que hablaba al tirarle de una cuerda que llevaba en la espalda y que un buen día se quedó muda al tragarse el artilugio. Nancy se fue convirtiendo poco a poco en una amiga, en una compañera de juegos y de sueños. Era un referente de la realidad social que bullía porque sus creadores estaban atentos a los cambios de un país que se desperezaba en la democracia. Uno de los catálogos de promoción de la época reza: “Nancy es una chica moderna, que trabaja, tiene una cara preciosa y unos cabellos que permiten todo tipo de peinados, un ropero lleno de modelos para todas las ocasiones, su dormitorio, sus maletas, sus postizos, sus bolsos... Una muñeca con la que jugar a cómo te gustaría ser de mayor”. Nancy creció conmigo, compartió mis buenas y malas notas, mis esperanzas y mis decepciones... Me mantuvo unida a mi madre, ella confeccionaba para mi Nancy vestidos, camisones, rebecas, calcetines, y juntas imaginábamos mil historias…Y aun hoy la conservo.
Mariquita y Nancy, como mi madre y yo, son unas supervivientes que, como el ave fénix, renacen de sus cenizas. Pueden recordar a esas actrices de Hollywood que disfrutaron de una época dorada, en su caso los años 50 y los 70, y que desaparecieron cuando una chica más guapa, más delgada y sin arrugas apareció por el plató, a pesar de ello la esencia de lo auténtico permanece en la memoria y por eso el día de Reyes, mi madre y yo abriremos las cajas de cartón en las que nuestras muñecas y nuestros sueños infantiles duermen un dulce sueño entre papel de seda y ellas nos regalaran su dulce sonrisa.