jueves, 29 de mayo de 2008

Ataques de pánico











Ataques de pánico.

12 de julio de 2004.

Hace cuestión de un mes presencié una situación que es probable que te resulte conocida. Estaba asistiendo a una de mis clases en la Facultad de Filosofía. La mesa que se encontraba al otro lado del pasillo estaba ocupada por una alumna joven. Abrió su mochila, sacó su libreta de apuntes y sus bolígrafos y lo colocó todo sobre el tablero. En ese momento el profesor había iniciado un turno de preguntas y seleccionaba entre el alumnado, de forma aleatoria, a quienes debían responderle. De pronto la chica palideció, empezó a sudar de una forma llamativa, respiraba aceleradamente y se llevó las manos al cuello como si algo la estuviese ahogando. En cuestión de segundos perdió el conocimiento y dio con todos sus huesitos en el suelo.
Nos asustamos pero reaccionamos con rapidez. Respiraba, le latía el corazón, parecía un desmayo por hiperventilación. Cuando se repuso y pudo hablar nos dijo que solo de pensar que el profesor la señalase y tuviese que hablar en público, le provocaba una angustia tan grande que se mareaba. Una compañera enfermera nos contó que lo que le había pasado a esta joven se conoce como “trastorno de ansiedad generalizado”.
Este tipo de mal puede hacer que te sientas inquieta todo el tiempo sin ninguna causa aparente. Las sensaciones pueden ser tan incómodas que para evitarlas, llegas a suspender actividades imprescindibles en tu día a día, y en su manifestación más extrema puedes sufrir un ataque tan intenso que te aterre o te inmovilice. Generalmente oímos a quien lo sufre decir: “es que estoy de los nervios”. Es posible que te sorprenda saber que casi veinte de cada cien pacientes que acuden a los servicios de urgencias padecen algún trastorno relacionado con la ansiedad.
Pero debo hacer una aclaración, todos y todas tenemos ansiedad. De hecho la necesitamos para sobrevivir, tanto como el miedo o la sed. Se trata de una respuesta primitiva que nos permite, por ejemplo, movernos con rapidez en caso de percibir un peligro. Esto que es bueno para nosotros y nosotras, se convierte en algo muy negativo si ante cualquier cosa vemos un peligro, y en vez de ser un mecanismo preventivo, se convierte en una fuente de sufrimiento constante.
Palpitaciones, opresión en el pecho, dificultad para respirar, mareo, visión borrosa, sudoración… son los síntomas mas habituales de un trastorno de ansiedad que puede desencadenar en un ataque de pánico, durante el cual quien lo sufre siente que se está volviendo loca o que va a morir de un infarto.
Ante un caso así lo mejor es tranquilizar a la persona, convencerla de que se trata de algo pasajero y que no le va a pasar nada grave. Hacerla hablar y procurar que respire de forma lenta y profunda. Si no lo conseguimos hay que hacerla respirar dentro de una bolsa, y así evitaremos que se dispare el nivel de oxigeno en sangre y por tanto el desvanecimiento.
Quien padezca de este mal debería practicar ejercicios de yoga o tai-chi y por supuesto ponerse en manos de especialistas que le ayuden a superar esta leve pero desagradable enfermedad.
Otra buena terapia es reunirse con las amigas y hablar de todos nuestros miedos de forma desenfadada e incluso cómica. En una de estas reuniones recuerdo que compartimos situaciones de “trágame tierra”, y nos reímos tanto que pensamos partirnos por la mitad. Una colega contó que fue a entregar su declaración a la oficina de hacienda. Acababa de darle el sobre al funcionario, cuando vio que una compresa iba pegada en la parte posterior. ¡Horror! ¿Cómo podía haber pasado? La compresa debería estar en su envoltorio y no allí. ¿Qué podía hacer? Huir, salir corriendo… Finalmente se armó de valor y le dijo: Perdone señor, inexplicablemente de mí bolso ha salido volando una compresa, supongo que es porque tiene alas, si no le importa me gustaría recuperarla. Todo el mundo, incluido el funcionario, se rieron a carcajadas, mi colega también, porque había sido capaz de resolver una situación embarazosa con gran sentido del humor y no había pasado absolutamente nada.
Deben templar los nervios con sentido del humor, siendo capaces de quitar hierro a cualquier situación por embarazosa que nos resulte, y sobre todo ponernos el mundo por montera riéndonos de nuestra propia sombra, siempre que sea necesario.