Bruja Boticaria.
23 de agosto de 2005.
Salía de la sala Ismael de la Serna y me crucé con una pareja de mediana edad. El caballero le preguntaba a su acompañante si sabía quien era el tipo que daba nombre al local, ella respondió que se trataba de un pintor.
Ismael nació en nuestra ciudad cuando moría el siglo XIX, siendo pequeño su familia se traslada a Granada. En el colegio tiene por compañero de pupitre a Federico García Lorca, que había nacido un día antes que él, que siempre lo consideró un genio y con el que mantendría una profunda amistad.
El pintor accitano era inquieto, innovador, dicen quienes le conocieron que incluso rozaba la extravagancia, como en aquellos momentos en los que pintaba paisajes del natural con unos patines en los pies para poder acercarse y alejarse del lienzo con rapidez.
Antes de cumplir veinte años nota que el ambiente social y cultural de la capital es asfixiante, en el mundo se están produciendo cambios vertiginosos y salvo excepciones los granadinos ni se enteran ni participan de los nuevos aires. Su amigo Aureliano del Castillo escribió una crónica en “El Defensor” en la que confesaba que era incapaz de juzgar los cuadros de Ismael porque le parecían de un mundo aparte dentro del panorama pictórico de la ciudad, pero sí supo vislumbrar su carácter innovador, que maduraría en París de la mano de los impresionistas.
Me impacta de su historia como se jugó, a la carta del amor y la pasión, el paso a la posteridad como artista. Se encontraba en su mejor momento, con una gran solvencia económica que incluía una villa en la Costa Azul, apenas contaba treinta años y se enamoró hasta las cachas de la amante del pope de la crítica vanguardista Chistiam Zervos, que era además marchante de arte, director y propietario de la influyente revista francesa “Cuadernos de Arte”. Cuando se casa con Susana cae sobre él la desgracia hecha silencio. Pero en lo personal ganó porque su maravillosa historia con la bella duró cuarenta años, hasta que la muerte de él los separó. Hay quienes dicen que en 1933 la pareja paseo por las calles de Guadix.
Repasando algunos catálogos de su obra me llaman la atención dos cuadros pintados en 1939 en los que las protagonistas son brujas. Y pienso que quizá, al niño Ismael, su madre le contaría viejas historias de Acci al calor de la lumbre para que fuera aprendiendo cuales eran las reglas de comportamiento, como se debía diferenciar lo culto de lo inculto, lo humanizado de lo salvaje… Probablemente le contase la gran diferencia que hay entre la seguridad que proporcionan el día y el sol frente al desorden que provocan la noche y la luna… Y finalmente en la cabeza de nuestro artista aquellos cuentos se hicieron visibles y le inspiraron su pintura. Aquí tienes uno de ellos.
Cuentan que en Guadix un día de verano de 1623, en la Plaza Mayor, a las nueve de la mañana y dentro de una jaula de hierro, fue quemada viva una mujer.
Su historia comenzó años antes. Vivía en el barrio de Santa Ana, se decía que envenenaba las aguas del caño; que las criaturas recién nacidas enfermaban y morían por obra y gracia de sus hechizos y miradas; que recitaba letanías en una lengua extraña; que dibujaba círculos en el suelo a la luz de la luna; que preparaba pócimas; e incluso había quien juraba haberla visto volar en su escoba. Vivía sola, era viuda y nunca parió hijos. Sabia, tímida e introvertida no tenía amigos, salvo su fiel compañera, una lechuza de cara redonda blanca y plana, con suaves plumas amarillas. El Corregidor la desterró y ella abandonó la ciudad amurallada, por la Puerta de Granada, camino de Paulenca.
Se instaló en la cueva “de los boticas”, seguro que en recuerdo del que fue su oficio ya que entendía de plantas y de ungüentos. La vivienda tenía más de cien pequeños nichos alineados y simétricos en los que Marina colocaba sus tarros, peroles, pebeteros y almireces. Las gentes la requerían para curar animales y personas y le pagaban por sus servicios.
Se despertaron las envidias. Alguien dijo que solo salía a la calle antes del amanecer. Que se llevaba algo a los labios y entonces le salía humo por la nariz. Que con la luna llena se bañaba desnuda en la rambla. Que en las noches oscuras se podía ver por las rendijas de su vivienda un resplandor azulado. La autoridad se contagio con la meledicencia. El final ya lo conoces.
23 de agosto de 2005.
Salía de la sala Ismael de la Serna y me crucé con una pareja de mediana edad. El caballero le preguntaba a su acompañante si sabía quien era el tipo que daba nombre al local, ella respondió que se trataba de un pintor.
Ismael nació en nuestra ciudad cuando moría el siglo XIX, siendo pequeño su familia se traslada a Granada. En el colegio tiene por compañero de pupitre a Federico García Lorca, que había nacido un día antes que él, que siempre lo consideró un genio y con el que mantendría una profunda amistad.
El pintor accitano era inquieto, innovador, dicen quienes le conocieron que incluso rozaba la extravagancia, como en aquellos momentos en los que pintaba paisajes del natural con unos patines en los pies para poder acercarse y alejarse del lienzo con rapidez.
Antes de cumplir veinte años nota que el ambiente social y cultural de la capital es asfixiante, en el mundo se están produciendo cambios vertiginosos y salvo excepciones los granadinos ni se enteran ni participan de los nuevos aires. Su amigo Aureliano del Castillo escribió una crónica en “El Defensor” en la que confesaba que era incapaz de juzgar los cuadros de Ismael porque le parecían de un mundo aparte dentro del panorama pictórico de la ciudad, pero sí supo vislumbrar su carácter innovador, que maduraría en París de la mano de los impresionistas.
Me impacta de su historia como se jugó, a la carta del amor y la pasión, el paso a la posteridad como artista. Se encontraba en su mejor momento, con una gran solvencia económica que incluía una villa en la Costa Azul, apenas contaba treinta años y se enamoró hasta las cachas de la amante del pope de la crítica vanguardista Chistiam Zervos, que era además marchante de arte, director y propietario de la influyente revista francesa “Cuadernos de Arte”. Cuando se casa con Susana cae sobre él la desgracia hecha silencio. Pero en lo personal ganó porque su maravillosa historia con la bella duró cuarenta años, hasta que la muerte de él los separó. Hay quienes dicen que en 1933 la pareja paseo por las calles de Guadix.
Repasando algunos catálogos de su obra me llaman la atención dos cuadros pintados en 1939 en los que las protagonistas son brujas. Y pienso que quizá, al niño Ismael, su madre le contaría viejas historias de Acci al calor de la lumbre para que fuera aprendiendo cuales eran las reglas de comportamiento, como se debía diferenciar lo culto de lo inculto, lo humanizado de lo salvaje… Probablemente le contase la gran diferencia que hay entre la seguridad que proporcionan el día y el sol frente al desorden que provocan la noche y la luna… Y finalmente en la cabeza de nuestro artista aquellos cuentos se hicieron visibles y le inspiraron su pintura. Aquí tienes uno de ellos.
Cuentan que en Guadix un día de verano de 1623, en la Plaza Mayor, a las nueve de la mañana y dentro de una jaula de hierro, fue quemada viva una mujer.
Su historia comenzó años antes. Vivía en el barrio de Santa Ana, se decía que envenenaba las aguas del caño; que las criaturas recién nacidas enfermaban y morían por obra y gracia de sus hechizos y miradas; que recitaba letanías en una lengua extraña; que dibujaba círculos en el suelo a la luz de la luna; que preparaba pócimas; e incluso había quien juraba haberla visto volar en su escoba. Vivía sola, era viuda y nunca parió hijos. Sabia, tímida e introvertida no tenía amigos, salvo su fiel compañera, una lechuza de cara redonda blanca y plana, con suaves plumas amarillas. El Corregidor la desterró y ella abandonó la ciudad amurallada, por la Puerta de Granada, camino de Paulenca.
Se instaló en la cueva “de los boticas”, seguro que en recuerdo del que fue su oficio ya que entendía de plantas y de ungüentos. La vivienda tenía más de cien pequeños nichos alineados y simétricos en los que Marina colocaba sus tarros, peroles, pebeteros y almireces. Las gentes la requerían para curar animales y personas y le pagaban por sus servicios.
Se despertaron las envidias. Alguien dijo que solo salía a la calle antes del amanecer. Que se llevaba algo a los labios y entonces le salía humo por la nariz. Que con la luna llena se bañaba desnuda en la rambla. Que en las noches oscuras se podía ver por las rendijas de su vivienda un resplandor azulado. La autoridad se contagio con la meledicencia. El final ya lo conoces.