Palacios con banda sonora.
9 de mayo de 2006.
Mayo está dejando de ser el mes de “Las Flores” para convertirse en el de la música. Volvemos a tener una cita “Guadix Clásica” y estoy segura que no nos defraudará.
Estos días hay personas que vienen para asistir a los distintos espectáculos programados, pero se encuentran con horas muertas que no saben en qué ocupar. Algunas de ellas son amigas mías y otras lo son tuyas, así que nos corresponde servirles como cicerones en este territorio que debemos mostrar con orgullo. Quiero proponerte la ruta de los palacios.
Te sugiero que utilices la magnífica “Guía Histórica y Artística” del que ha sido cronista oficial de la ciudad Carlos Asenjo Sedano. Cuando salgo de ruta llevo conmigo la edición de la Diputación de 1989 que tiene un formato muy manejable.
El corazón de la ciudad es el Palacio Consistorial. Preside la Plaza de la Constitución con su Balcón de Corregidores construido en el reinado de Felipe II, testigo de cada suspiro de la historia, estuvo a punto de morir en el devastador incendio de febrero de 1936 y fue resucitado al lado contrario después de que en junio ardiera el Ayuntamiento. Se pensó en este Balcón para proporcionar a la autoridad un observatorio privilegiado donde presenciar corridas de toros, procesiones, fiestas y el discurrir de la vida cotidiana.
Salimos buscando la Plaza de la Catedral. ¿Sabes que ese tramo de calle se llama Ferrer Maldonado? Fue un navegante local que dijo haber descubierto la ruta norte de comunicación entre los océanos Atlántico y Pacífico a finales del siglo XVI.
Vemos dos palacios. El de la familia Largacha Salazar, frente al templo, mantiene orgulloso su fachada, aunque el interior ha sido tan reformado que cualquier parecido con su origen es pura coincidencia. El otro es el los Ramírez de Arellano (Escuela de Artes), llama la atención que su bella portada se encuentre tan desplazada con respecto al centro de la plaza, la explicación la encontramos en las transformaciones urbanísticas del siglo XIX. Entonces el cercado de la Catedral era la calle, alrededor había pequeñas edificaciones que fueron derruidas para otorgar mayor vistosidad al monumento. Por aquella estrecha callejuela se accedía al noble edificio que fue adquirido por la iglesia en 1715 para instalar el Seminario en el que estudió Alarcón, entonces solo tenía una planta.
Buscamos el Palacio del Obispo, del que no te cuento porque nunca he estado dentro. Seguimos hasta encontrarnos con el de Villa Alegre. Mantiene su añoranza de fortaleza medieval quizá porque aprovecha un lienzo de la muralla y por sus dos enormes torres. Como palacio renacentista, su patio es de arquería sobre columnas de mármol y la carpintería sigue diseños mudéjares. En él destaca la heráldica de los Fernández de Córdoba, familia a la que se uniría después el clan de los Menchaca al que pertenecía el escritor Mira de Amescua. Su actual denominación viene de 1685 cuando José Manrique de Arana recibió el titulo de marqués de Villa Alegre. Parte de la novela “El Niño de la Bola” transcurre en este entorno.
Seguimos y nos encontramos con otra plaza a la que da nombre el palacio del Conde Luque por vivir allí esporádicamente tan ilustre personaje en el siglo XVIII. Nos encaminamos hacia la plaza del Álamo y podemos detenernos ante el palacio de la familia Piedrola Narváez que se unirá al aristócrata musulmán Hernán Valle de Palacios.
Caminamos buscando la calle Barradas en la que surge el Palacio de Peñaflor, un apéndice escindido de la Alcazaba que nuevamente utiliza la estructura de la muralla. Desde que dejaron el ladrillo al descubierto, siento cierta desazón al contemplarlo, me parece ver el cadáver del edificio ya desprovisto de piel, no he entendido muy bien a qué se debe que despojen las construcciones emblemáticas del manto protector que hace que los escudos pétreos destaquen como joyas sobre el velo de cal.
En la calle Santiago nos detendremos ante el palacio de los Arias de Medina, donde el pintor Julio Visconti tiene su estudio; el palacete de los Pérez de Andrade que dirigirán la revolución liberal de principios del XIX en la ciudad; y la casa Barthes, que perteneció a los Osorio Moctezuma, descendientes del emperador mejicano.
En la calle Tarrago y Mateos deleitaremos nuestra vista con el palacio de los Martos sobre todo en la amplia cornisa decorada con bellas pinturas. Terminaremos en la calle Ancha concretamente en “El Dólar” donde repondremos fuerzas con unas cervecitas frescas, deliciosas tapas de calamares, criadillas o riñones. Luego el relajante concierto nos permitirá descansar la vista y ejercitar el oído.
9 de mayo de 2006.
Mayo está dejando de ser el mes de “Las Flores” para convertirse en el de la música. Volvemos a tener una cita “Guadix Clásica” y estoy segura que no nos defraudará.
Estos días hay personas que vienen para asistir a los distintos espectáculos programados, pero se encuentran con horas muertas que no saben en qué ocupar. Algunas de ellas son amigas mías y otras lo son tuyas, así que nos corresponde servirles como cicerones en este territorio que debemos mostrar con orgullo. Quiero proponerte la ruta de los palacios.
Te sugiero que utilices la magnífica “Guía Histórica y Artística” del que ha sido cronista oficial de la ciudad Carlos Asenjo Sedano. Cuando salgo de ruta llevo conmigo la edición de la Diputación de 1989 que tiene un formato muy manejable.
El corazón de la ciudad es el Palacio Consistorial. Preside la Plaza de la Constitución con su Balcón de Corregidores construido en el reinado de Felipe II, testigo de cada suspiro de la historia, estuvo a punto de morir en el devastador incendio de febrero de 1936 y fue resucitado al lado contrario después de que en junio ardiera el Ayuntamiento. Se pensó en este Balcón para proporcionar a la autoridad un observatorio privilegiado donde presenciar corridas de toros, procesiones, fiestas y el discurrir de la vida cotidiana.
Salimos buscando la Plaza de la Catedral. ¿Sabes que ese tramo de calle se llama Ferrer Maldonado? Fue un navegante local que dijo haber descubierto la ruta norte de comunicación entre los océanos Atlántico y Pacífico a finales del siglo XVI.
Vemos dos palacios. El de la familia Largacha Salazar, frente al templo, mantiene orgulloso su fachada, aunque el interior ha sido tan reformado que cualquier parecido con su origen es pura coincidencia. El otro es el los Ramírez de Arellano (Escuela de Artes), llama la atención que su bella portada se encuentre tan desplazada con respecto al centro de la plaza, la explicación la encontramos en las transformaciones urbanísticas del siglo XIX. Entonces el cercado de la Catedral era la calle, alrededor había pequeñas edificaciones que fueron derruidas para otorgar mayor vistosidad al monumento. Por aquella estrecha callejuela se accedía al noble edificio que fue adquirido por la iglesia en 1715 para instalar el Seminario en el que estudió Alarcón, entonces solo tenía una planta.
Buscamos el Palacio del Obispo, del que no te cuento porque nunca he estado dentro. Seguimos hasta encontrarnos con el de Villa Alegre. Mantiene su añoranza de fortaleza medieval quizá porque aprovecha un lienzo de la muralla y por sus dos enormes torres. Como palacio renacentista, su patio es de arquería sobre columnas de mármol y la carpintería sigue diseños mudéjares. En él destaca la heráldica de los Fernández de Córdoba, familia a la que se uniría después el clan de los Menchaca al que pertenecía el escritor Mira de Amescua. Su actual denominación viene de 1685 cuando José Manrique de Arana recibió el titulo de marqués de Villa Alegre. Parte de la novela “El Niño de la Bola” transcurre en este entorno.
Seguimos y nos encontramos con otra plaza a la que da nombre el palacio del Conde Luque por vivir allí esporádicamente tan ilustre personaje en el siglo XVIII. Nos encaminamos hacia la plaza del Álamo y podemos detenernos ante el palacio de la familia Piedrola Narváez que se unirá al aristócrata musulmán Hernán Valle de Palacios.
Caminamos buscando la calle Barradas en la que surge el Palacio de Peñaflor, un apéndice escindido de la Alcazaba que nuevamente utiliza la estructura de la muralla. Desde que dejaron el ladrillo al descubierto, siento cierta desazón al contemplarlo, me parece ver el cadáver del edificio ya desprovisto de piel, no he entendido muy bien a qué se debe que despojen las construcciones emblemáticas del manto protector que hace que los escudos pétreos destaquen como joyas sobre el velo de cal.
En la calle Santiago nos detendremos ante el palacio de los Arias de Medina, donde el pintor Julio Visconti tiene su estudio; el palacete de los Pérez de Andrade que dirigirán la revolución liberal de principios del XIX en la ciudad; y la casa Barthes, que perteneció a los Osorio Moctezuma, descendientes del emperador mejicano.
En la calle Tarrago y Mateos deleitaremos nuestra vista con el palacio de los Martos sobre todo en la amplia cornisa decorada con bellas pinturas. Terminaremos en la calle Ancha concretamente en “El Dólar” donde repondremos fuerzas con unas cervecitas frescas, deliciosas tapas de calamares, criadillas o riñones. Luego el relajante concierto nos permitirá descansar la vista y ejercitar el oído.