domingo, 18 de mayo de 2008

Luces sobre las retamas


Luces sobre las retamas.
15 de mayo de 2007.

No es el objeto de esta colaboración meterme en honduras sobre la existencia histórica o no de San Torcuato. Tampoco lo es establecer una discusión sobre si la Diócesis de Guadix es la primera en el solar hispano, titulo que por otra parte Roma concedió a Toledo. No aspiro a poner luz sobre la titularidad de los huesos que martirizaron los romanos finalizando el siglo II, esos que, según unos, fueron trasladados por las comunidades mozárabes de Face Retama a Santa Comba de Bande en el siglo VIII o, según otros, en el siglo XII tras la invasión de los almohades, para terminar descansando provisionalmente en el municipio orensano de Celanova.
Sí quiero dejar constancia de que San Torcuato toma cuerpo y sentido gracias a dos personajes. El obispo Juan Alonso Moscoso quien se dirigió al Papa Sixto V para que declarase la inclusión en el calendario de celebraciones religiosas la de nuestro Patrón, lo que le fue concedido en mayo de 1590; y que también pidió al rey Felipe II licencia para traer sus reliquias desde Galicia, lo que consiguió en 1593.
El otro personaje fue Pedro Suárez que en su libro “Historia del Obispado de Guadix-Baza” recoge la declaración del Papa Inocencio XII de enero de 1693, de que cada 15 de mayo se celebre la festividad de San Torcuato.
Con ese documento se ponía fin a un proceso que duraba más de cien años y que daba carpetazo a una serie de tradiciones y leyendas que se escapaban al control de la Iglesia y que sin duda procedían de los primeros habitantes de estas tierras.
La estrategia había sido diseñada por el Papa Gregorio Magno (590 d.C.): “suprimirlo todo de una vez en esos espíritus incultos es empresa imposible. Hay de proceder por grados y no por impulsos. Guardaos pues de destruir sus templos, destruid solo sus ídolos y reemplazadlos por reliquias”
Así se forzó la metamorfosis de los lugares paganos por los cristianos. Y por eso en un lugar mágico como Face Retama hay una capilla dedicada a San Torcuato, en la que se realizan romerías los días previos a la fiesta del Patrón.
Es un lugar que me fascina, y al que subimos el sábado pasado. A pesar de que se encuentra a quince kilómetros de Guadix, las dos leguas de las que se hablaba hace siglos, eran muchas las personas que realizaban el trayecto a pie. Es un camino serpenteante, tortuoso, de tierra y piedras, que simboliza la subida a otros planos de conciencia, y es por eso que pone de manifiesto las dificultades que deberemos ir superando para llegar a la cima, en la que seremos iniciados en los misterios de la vida y de la muerte. El peregrinaje al santuario nos permite adquirir una gran riqueza interior, siempre que derrotemos las pasiones, los egoísmos, los miedos que no nos dejan crecer y tomar altura.
A Fernando y a mí nos gusta llegar de día para deleitar nuestros ojos con el magnífico paisaje que después de las lluvias de primavera, luce inusualmente verde; relajarnos con la espectacular puesta de sol que incendia el horizonte, y para ello nos sentamos sobre el cerro en que se excava la hospedería. Mi cuerpo y mi mente son conscientes de lo extraordinario del lugar. Sin duda nuestros ancestros y ancestras lo eligieron para recuperar la sintonía con las energías del cielo y de la tierra. Pero también es un sitio privilegiado para contemplar la cúpula celeste bordada por miles de estrellas, con luces de aviones y reflejos de satélites científicos, que se desenvuelven en armónica convivencia.
En esta fiesta se produce el encuentro con las amistades y las conocencias para compartir viandas y animadas charlas. Mientras esperábamos la procesión, el “Emperador de Face Retama” relató el resultado de sus pesquisas sobre el Santo. El “Maestro del Arco Iris” procuraba que no nos faltase una chuletita tostadita en la brasa. El “Brillante” llenaba nuestros vasos de buen vino. El “Mago”, con su cámara de fotos, no perdía detalle. Los ojos de mi hijo Fernando parecían más grandes, como queriendo no perderse un detalle de lo que veía y de lo que escuchaba. Maribel y yo nos reímos a mandíbula batiente.
Nos aproximamos a la capilla. San Torcuato salía y las gentes comenzaban a encender las antorchas. Por un instante, contemplando aquel espectáculo de fuego, pude imaginar las celebraciones comunitarias de los primeros habitantes de estas tierras. El año que viene no puedes faltar.