miércoles, 28 de mayo de 2008

Esta es mi patria








Esta es mi patria.

19.5.2002

Julia tiene cuatro años y acaba de caérsele otro diente. Ahora luce la esplendorosa sonrisa que caracteriza al grupo de seres que viven en la infancia.
Como todos los niños y niñas de su edad ha lavado con cuidado el precioso tesoro y lo ha dispuesto delicadamente debajo de su almohada. La abuela le está diciendo que si lo hace así, de madrugada recibirá la visita del Ratón Pérez, él se llevará el diente, pero a cambio le dejará un regalo.
Doña Lola coge en brazos a la niña y con esa voz tan dulce y misteriosa que solo acompaña a las personas sabias, le explica que con los blancos dientes de las niñas, se construyen magníficos castillos de marfil. En ellos habitan unas diminutas hadas que tienen el poder de conceder a quienes se portan bien, grandes dosis de felicidad, incluso cuando llegan a la edad adulta. Imaginando como será ese mágico mundo, Julia se queda placidamente dormida.
En la casa de enfrente vive Alberto, a él también se le caído otro diente. Es por la mañana y mira con ansiedad debajo de su almohada. ¡Bien, el ratón le ha dejado un libro de cuentos nuevo y papá le leerá todas las noches uno diferente!. Pero también ve el diente. ¿Qué ha pasado, por qué el ratón Pérez no se lo ha llevado?. Sale de la habitación corriendo para preguntárselo a su madre. Ella muy sonriente le pide que se tranquilice y que se siente.
Tatina, que es como se llama le madre de Alberto, le cuenta que al parecer hay tantos niños y niñas en el mundo, y se les caen tantos dientes, que no siempre es posible acarrear con todos. Así que el Ratón Pérez, realiza sus inspecciones provisto de una cámara de fotos digital, y de un ordenador portátil. Saca una foto del diente y la manda por correo electrónico a la oficina central. Allí las arquitectas y arquitectos de los castillos comprueban si es del tamaño y forma que necesitan. Si es así, el diente es cargado y remitido al lugar que se indique. Si no cumple los requisitos, se le deja a los niños y niñas como recuerdo.
Tanto doña Lola como Tatina han sabido poner la imaginación al servicio de la felicidad de sus criaturas.
Quizá por historias como estas, es por lo que el niño y la niña que llevamos dentro nunca nos abandona del todo.
Cuando pienso en las pequeñas satisfacciones que las vida pone a mi alcance, realizo un viaje a mi infancia. Vuelvo a esos días de placeres simples y limpios en los que siempre somos quienes deseamos ser. Con lo cojines del sofá de la sala de estar, mis hermanas y yo nos hacíamos las más maravillosas casas que nadie pudiera jamás soñar. Con las pinzas de tender la ropa, preparábamos armas de combate interestelar. En la orilla de la playa y con arena húmeda, conchas y plumas de gaviota, construíamos naves que resistían el abordaje de cualquier buque pirata.
Hemos crecido y en alguna parte del camino dejamos olvidada la capacidad de asombrarnos ante las cosas sencillas, descubrimos que seguimos riendo y llorando pero sólo a medias, y nos preguntamos como era aquello de ver en cada día una promesa...
Rilke escribió que la infancia es la patria de todo hombre y mujer. Por eso me he propuesto rescatar a la niña que tengo dentro y quiero retornar con ella a mi patria y desde ella mirar el mundo con ojos inquietos e inocentes, para poder asombrarme cuando las estrellas me guiñen un ojo, la lluvia me regale una canción o la brisa del verano me acaricie la piel. Así sabré seguro que sigo viva.