lunes, 26 de mayo de 2008

Son poema si dejan su huella en la arena







Son poema si dejan su huella en la arena.

20 de mayo de 2008

He disfrutado la primavera de la Alhambra caminando por el paseo de carruajes. Llovía con desgana, las hojas de los árboles tejían mi paraguas que cerraba el paso a las lágrimas del cielo. Inútilmente llamaban sobre el verde para que le abriese el paso… Al oírlas el agua de la acequia reía con ganas y corría canturreando alegre y bulliciosa hacia la ciudad… Deliciosa la Cuesta de los Chinos, desplegando su paleta de verdes, dorada, fresca, aromática, con su propia banda sonora de ruiseñores, mirlos y gorriones… Evocador el Paseo de los Tristes donde la soledad se siente siempre acompañada.… Románticas las aceras del Darro llenas de historia, leyendas y personajes…
A pesar de tanta belleza al llegar a casa me dolían los pies, ya lo dice Neruda: Tus pies de hueso arqueado,/tus pequeños pies duros./Yo sé que te sostienen,/ y que tu dulce peso /sobre ellos se levanta. /Tu cintura y tus pechos, /la duplicada púrpura de tus pezones,/ tu ancha boca de fruta….
Fueron creados para estar descalzos, de hecho el contacto con la hierba, la tierra o la arena de la playa estimula la circulación y provoca sensaciones placenteras y de bienestar. Sin embargo, hemos inventado el calzado que, en general, es el peor enemigo del pie. Salvo los contados días de descanso cerca del mar o aquellos que disfrutamos del esplendor de la hierba de las piscinas, son pocas las oportunidades de andar con los pies desnudos, así que lo mejor que podemos hacer es prestarles unos pequeños cuidados, con el fin de que se cumpla la promesa de la poetisa guatemalteca nacida en Barcelona, Alaíde Foppa: Ya que no tengo alas/ me bastan/ mis pies que danzan/ y que no acaban/ de recorrer el mundo.
Sumerjo los pies en agua templada y jabonosa, cierro los ojos y escucho música durante veinte minutos. Los seco bien y elimino las durezas con piedra pómez. Pido a mi hombre un masaje… Postura cómoda, temperatura agradable, manos suaves y templadas empapadas de aceite de almendras dulces con dos gotas de aceite esencial de lavanda. Siento elevarse el pie, y las manos se deslizan desde los dedos hasta el tobillo, repitiendo la acción hasta dejar el pie relajado y cálido. Con una mano lo sostiene y con la otra mueve, lenta y suavemente, el pie en forma rotativa de izquierda a derecha y viceversa. Noto su dedo pulgar presionando diferentes puntos en la planta del pie, hasta completar toda su geografía. El índice y el corazón presionan con movimientos circulares el área del tobillo. La mano vuelve a los dedos que percibo rotando sobre sí mismos, de uno en uno, por acción de su dedo índice y pulgar, creo que al estirarlos crece mi cuerpo. Masajea todo mi pie aplicando presión con sus manos. Los nudillos recorren mi planta, el puente, el talón… Mientras sostiene el pie, empuja suavemente en dirección a la pierna varias veces… Ahora el izquierdo y repite el ritual…. ¡que gozada!
Observo la arquitectura de mis pies y compruebo que son arqueados guerreros, supervivientes de mil batallas, que recuerdan sus viejas heridas. Toman vida propia y aparecen misteriosos, sensuales y felinos, suaves cuando acarician, dulces cuando miman, tiernos cuando perciben el tacto de otra piel, juguetones cuando pretenden, tímidos cuando los miran... Me detengo en los dedos, el gordo es voluptuoso; el pequeño escurridizo; los otros tres son más serios, recuerdan el teclado de un piano que demanda el delicado contacto de las yemas de los dedos. Son un equipo bien sincronizado que desconoce la palabra soledad. La planta es osada y raramente se ve por casualidad, posee una sensibilidad mutante capaz de trasformar las caricias en cosquillas y viceversa.
Mis pies son prisioneros cuando caminan, victimas cuando se lesionan, pacientes cuando los curo, canción cuando se mecen en el agua, poema si dejan su huella en la arena… Susurran venideros placeres mientras se desperezan, son erotismo puro si son tratados con deseo… Ellos sostienen mi vida.
Ahora mira tus pies y recuerda las palabras de Mario Benedetti: La mujer que tiene los pies hermosos/ nunca podrá ser fea/ mansa suele subirle la belleza/ por tobillos, pantorrillas y muslos/ demorarse en el pubis/ que siempre ha estado más allá de todo canon.