Como el alfarero.
En los meses transcurridos desde que empezó el año 2008, son ya treinta y tres las mujeres que han muerto a manos de sus maridos o amantes. ¡Que tremenda paradoja llamar amante a quien te asesina!
Considerando que aún no hemos llegado a la mitad del año, probablemente lo terminaremos con una cifra igual o mayor que la de 2007 en que sumamos setenta y una.
Además de estas bajas por horrorosa defunción, hemos de sumar aquellas bajas por derrumbamiento mental. Son miles las mujeres de este país que no volverán a sonreír en lo que les resta de vida, porque sobreviven con miedo, no solo al dolor físico, que han aprendido a aguantar como cualquier prisionero de guerra, si no al combate psicológico que libran cada día con su personal torturador.
La violencia, sea del tipo que sea, no nos conduce a ningún sitio, o quizá sí, a esa lamentable situación en la que se genera más violencia y donde finalmente se pide venganza.
El conjunto de los varones violentos debería saber, que las mujeres valoramos mucho más las manos de un alfarero que los puños de un Rocky cualquiera.
El artesano utiliza su mente, sus ojos, sus pies y sus manos para transformar el barro en una pieza única. Lo trata con dulzura y delicadeza, al tiempo que aplica una gran maestría y destreza. Lo acaricia y simultáneamente le da forma. Esas manos llenas de trabajo y amor son las manos que queremos que nos toquen, porque es casi seguro que con ellas creceremos como una estilizada jarra y es muy probable que tengamos la impresión de estar en el cielo. Las otras manos ya sabemos que solo conducen a un infierno, que termina cuando una paletada de tierra tapa tus ojos y tu boca, y es que por fin, tu verdugo te ha matado.
En los meses transcurridos desde que empezó el año 2008, son ya treinta y tres las mujeres que han muerto a manos de sus maridos o amantes. ¡Que tremenda paradoja llamar amante a quien te asesina!
Considerando que aún no hemos llegado a la mitad del año, probablemente lo terminaremos con una cifra igual o mayor que la de 2007 en que sumamos setenta y una.
Además de estas bajas por horrorosa defunción, hemos de sumar aquellas bajas por derrumbamiento mental. Son miles las mujeres de este país que no volverán a sonreír en lo que les resta de vida, porque sobreviven con miedo, no solo al dolor físico, que han aprendido a aguantar como cualquier prisionero de guerra, si no al combate psicológico que libran cada día con su personal torturador.
La violencia, sea del tipo que sea, no nos conduce a ningún sitio, o quizá sí, a esa lamentable situación en la que se genera más violencia y donde finalmente se pide venganza.
El conjunto de los varones violentos debería saber, que las mujeres valoramos mucho más las manos de un alfarero que los puños de un Rocky cualquiera.
El artesano utiliza su mente, sus ojos, sus pies y sus manos para transformar el barro en una pieza única. Lo trata con dulzura y delicadeza, al tiempo que aplica una gran maestría y destreza. Lo acaricia y simultáneamente le da forma. Esas manos llenas de trabajo y amor son las manos que queremos que nos toquen, porque es casi seguro que con ellas creceremos como una estilizada jarra y es muy probable que tengamos la impresión de estar en el cielo. Las otras manos ya sabemos que solo conducen a un infierno, que termina cuando una paletada de tierra tapa tus ojos y tu boca, y es que por fin, tu verdugo te ha matado.