martes, 12 de agosto de 2008

Camino que escucha los pasos de los recuerdos.







Camino que escucha los pasos de los recuerdos.
10.8.2004.

En la comarca necesitamos una publicación que recoja de forma sistemática una parte de nuestro patrimonio cultural intangible que considero en peligro de extinción: la toponimia.
La toponimia es una disciplina que se dedica al estudio del origen y significado de los topónimos y con la antroponimia constituye una disciplina más general que conocemos con el nombre de onomatología.
La palabra topónimo está formada por dos voces griegas: topos "lugar" y ónoma "nombre". Para mayor claridad se divide en toponimia mayor, o sea el estudio de los nombres de los lugares más grandes o más importantes de un país o de una determinada región; y toponimia menor que indaga acerca del origen y significado de los nombres de los sitios pequeños o de menor importancia en esos mismos entornos.
A pesar de que somos tierra de buenos historiadores e historiadoras, los topónimos se han estudiado de forma muy dispersa y solo en algunos casos concretos. Creo que este conocimiento debería cautivar intensamente a quienes se dedican a escribir la historia, porque en él se encuentra una franja muy ancha de vida hibernada en condiciones de resurgir, al igual que los restos arqueológicos, al primer pico que se introduzca en la memoria colectiva. Para despertarla basta pulsar las claves que animaron el nombramiento y agitar los versos del poema geográfico.
Podría ser una buena idea, y espero que el director del periódico no se oponga, que desde el barrio de la ciudad en el que vivas o desde el pueblo en el que residas, nos escribas explicándonos la razón por la que una determinada elevación, una planicie, una cueva, un monte, un valle, una quebrada, un arroyo, un riachuelo, un nacimiento, un cortijo o una huerta, tienen un determinado nombre, podríamos publicarlo y enriquecer el conocimiento que queremos tener de nuestra tierra y al mismo tiempo, contestar a preguntas que generalmente solo reciben por respuesta un encogimiento de hombros.
Veamos algunos de estos casos para los que no tengo explicación. Si escojo los cerros quisiera saber de donde vienen los nombres del de La Bala, Cueva Ladrona, La Escalera o Sillao. Y que fue lo que bautizó los nacimientos de agua de El Calache, o la Fuente de la Gitana. Siguiendo con el agua por qué en la Peza llaman Morollón a uno de sus ríos. Hay un Arroyo del Alcázar que seguro que tiene sentido al igual que el bellísimo lugar del Camarate. De dónde salieron la Loma del Tesoro, la Cañada de Mahoma, la Hoya de las Monjas, o el Barranco de la Mina de don Diego. De mis interrogantes tampoco se escapan los cortijos como el de Peñas Prietas, Poco-Pan, Cobo, Narváez y un largo etcétera que están ahora mismo en tus pensamientos.
Uno de los rasgos esenciales de las personas es nuestra capacidad para expresar pensamientos, ideas, emociones... por medio de signos orales, es decir mediante el lenguaje articulado, con palabras. Somos capaces de dar nombre a las cosas. Y los topónimos son además términos descriptivos porque en todos ellos hay información sobre los aspectos o acontecimientos que los han originado.
La Biblia considera la imposición de nombre como acto de dominio porque de esta forma tan sencilla se ejercita la potestad de atar algo a su denominación.
Entre los factores que nos ayudan a bautizar los sitios se encuentran aquellos que tienen que ver con la realidad geográfica y ambiental en las que el lugar se sitúa, por ejemplo la configuración y propiedades del terreno o las características ambientales de tipo climático, zoológico, botánico, hidrológico, etc. Otros factores tienen que ver con acontecimientos históricos, leyendas, personajes importantes o pintorescos, etc.
Sabemos que para poder “poseer” un determinado paraje debemos nombrarlo. Iniciamos así un juego donde el protagonista es el diálogo silencioso con el sitio y su imagen, engarzados ambos en el contorno del tiempo y el espacio. Al conjuro de las impresiones que nos produce, evocamos recuerdos, vivencias e incluso preocupaciones, para concluir con un bautismo que consigue que se asemeje a nuestras remembranzas, amores y compromisos.
Recuperar esta memoria del por qué se ha nombrado a los distintos parajes comarcales, nos permitiría recrear la vida que se movió en el teatro del accidente geográfico y seguir, como señalaba Rabindranat Tagore: “el camino que escucha / en la noche y el silencio / los pasos de los recuerdos...”