El “ojo de mar” de la iglesia de Santiago.
1 de Agosto de 2005.
Los niños y niñas, de la primera mitad del siglo veinte, que pertenecían a la parroquia de Santiago, y cuyas familias tenían por costumbre asistir a los oficios religiosos en ese templo, si hacen memoria, recordaran alguna historia relacionada con “el ojo de mar”. Generalmente sus padres, madres, abuelas o abuelos amenazaban con arrojarlos a él si no permanecían en absoluta quietud y silencio dentro del recinto sagrado.
Respecto a su ubicación, algunas personas creían que se encontraba bajo el altar mayor. Decían que si se prestaba atención, durante los silencios ceremoniales, se escuchaba el rugido del mar, y se recomendaba no quedarse allí, a solas y de noche, porque el sonido podía ser enloquecedor. Contaban que en cierta ocasión a un monaguillo se le escapó el incensario y al cabo de los meses apareció en el puerto de Sevilla. Pero en realidad nadie llegó a verlo nunca.
Otras personas lo tienen muy bien localizado porque lo pisaron. Se descubrió mientras se realizaban las obras de remodelación de la plaza. En una cata apareció una larga y extraña galería subterránea. Ocurría en el mes de agosto de 1956. Dicen quienes allí bajaron que el olor, la ausencia de luz y las vibraciones sonoras que percibieron no les dejaron indiferentes. Dicen que podría ser parte de unas catacumbas, un pasadizo secreto por el que se pudiese llegar a la Alcazaba, o el camino que llevaba al “el ojo de mar”.
Lo que sí es un hecho es que con cierta periodicidad se dan circunstancias que obligan a poner al descubierto este espacio, lo que ha dado lugar a que de generación en generación circule una leyenda fantástica. Como en cualquier momento puede suceder nuevamente voy a prevenirte para que sepas lo que te puedes encontrar. Te lo digo y no te miento, tal como me lo contaron te lo cuento.
Para comenzar siempre ocurre en las tórridas noches del mes de agosto, cuando la ciudadanía trasnocha y pasea buscando el aire fresco y dejándose acariciar la piel por la luz de la luna.
En un determinado momento escucharás un suave revoloteo. Cuando mires verás un pequeño pájaro con plumas de color negro azulado por encima y en el pecho blancas con un puntito rojo, tiene las alas puntiagudas y la cola bifurcada. Se posará en el suelo de la Plaza y conseguirá que te acerques a ella sin que se inmute. Entonces notarás que en el suelo se abre una entrada que en principio parecerá oscura. Poco a poco La Luna se situará sobre ella y su luz te descubrirá unos escalones de piedra, podrás bajar. Percibirás el agradable aroma de los lirios. Si miras a la derecha observarás que todo el sendero está bordeado por estas bellísimas flores que aquí son de color blanco. Al cabo de unos minutos caminando llegarás a una habitación octogonal y negra, que en el medio tiene una gran piedra de forma redondeada. Escucharás el lánguido borboteo de una fuente de agua que solo podrás intuir. Si muestras seguridad en seguir adelante, el perfume de los lirios se hará más intenso y la luz de luna se transformará en crepuscular. Acto seguido y sobre la roca aparecerá una mujer vestida con larga, etérea y sedosa túnica roja, dejando sus redondeados hombros al descubierto. Tendrás la sensación de que el agradable perfume lo desprende su cabello moreno y ondulado mecido por una leve brisa marina. Su postura sedente y relajada te dará confianza. Te ofrecerá con sus frágiles manos de largos dedos, en un delicado ataifor, jugosas y brillantes manzanas… Y entonces tendrás que decidir.
Mis informantes se asustaron y abandonaron el lugar aterrorizados. El alcalde, que en ese momento era Carlos López Abellán, decidió tapar de inmediato el pasadizo y propuso erigir un monumento al “Cristo de la Luz” para incluir la plaza bajo la protección divina, encontró enseguida el apoyo y la colaboración del señor Romero Ochoa, presidente da la Hermandad, y ambos encargaron al escultor granadino Fajardo que realizase una gran cruz esculpida en mármoles de Macael y Sierra Elvira. Los gastos se sufragaron por suscripción popular en la creencia de que quien pagara también estaría protegido.
La cruz la puedes contemplar a la derecha de la preciosa fachada plateresca de la iglesia y yo te sugiero, para probar tu buena fortuna, que te des un paseo por la zona una noche de luna llena de este cálido mes de agosto.
1 de Agosto de 2005.
Los niños y niñas, de la primera mitad del siglo veinte, que pertenecían a la parroquia de Santiago, y cuyas familias tenían por costumbre asistir a los oficios religiosos en ese templo, si hacen memoria, recordaran alguna historia relacionada con “el ojo de mar”. Generalmente sus padres, madres, abuelas o abuelos amenazaban con arrojarlos a él si no permanecían en absoluta quietud y silencio dentro del recinto sagrado.
Respecto a su ubicación, algunas personas creían que se encontraba bajo el altar mayor. Decían que si se prestaba atención, durante los silencios ceremoniales, se escuchaba el rugido del mar, y se recomendaba no quedarse allí, a solas y de noche, porque el sonido podía ser enloquecedor. Contaban que en cierta ocasión a un monaguillo se le escapó el incensario y al cabo de los meses apareció en el puerto de Sevilla. Pero en realidad nadie llegó a verlo nunca.
Otras personas lo tienen muy bien localizado porque lo pisaron. Se descubrió mientras se realizaban las obras de remodelación de la plaza. En una cata apareció una larga y extraña galería subterránea. Ocurría en el mes de agosto de 1956. Dicen quienes allí bajaron que el olor, la ausencia de luz y las vibraciones sonoras que percibieron no les dejaron indiferentes. Dicen que podría ser parte de unas catacumbas, un pasadizo secreto por el que se pudiese llegar a la Alcazaba, o el camino que llevaba al “el ojo de mar”.
Lo que sí es un hecho es que con cierta periodicidad se dan circunstancias que obligan a poner al descubierto este espacio, lo que ha dado lugar a que de generación en generación circule una leyenda fantástica. Como en cualquier momento puede suceder nuevamente voy a prevenirte para que sepas lo que te puedes encontrar. Te lo digo y no te miento, tal como me lo contaron te lo cuento.
Para comenzar siempre ocurre en las tórridas noches del mes de agosto, cuando la ciudadanía trasnocha y pasea buscando el aire fresco y dejándose acariciar la piel por la luz de la luna.
En un determinado momento escucharás un suave revoloteo. Cuando mires verás un pequeño pájaro con plumas de color negro azulado por encima y en el pecho blancas con un puntito rojo, tiene las alas puntiagudas y la cola bifurcada. Se posará en el suelo de la Plaza y conseguirá que te acerques a ella sin que se inmute. Entonces notarás que en el suelo se abre una entrada que en principio parecerá oscura. Poco a poco La Luna se situará sobre ella y su luz te descubrirá unos escalones de piedra, podrás bajar. Percibirás el agradable aroma de los lirios. Si miras a la derecha observarás que todo el sendero está bordeado por estas bellísimas flores que aquí son de color blanco. Al cabo de unos minutos caminando llegarás a una habitación octogonal y negra, que en el medio tiene una gran piedra de forma redondeada. Escucharás el lánguido borboteo de una fuente de agua que solo podrás intuir. Si muestras seguridad en seguir adelante, el perfume de los lirios se hará más intenso y la luz de luna se transformará en crepuscular. Acto seguido y sobre la roca aparecerá una mujer vestida con larga, etérea y sedosa túnica roja, dejando sus redondeados hombros al descubierto. Tendrás la sensación de que el agradable perfume lo desprende su cabello moreno y ondulado mecido por una leve brisa marina. Su postura sedente y relajada te dará confianza. Te ofrecerá con sus frágiles manos de largos dedos, en un delicado ataifor, jugosas y brillantes manzanas… Y entonces tendrás que decidir.
Mis informantes se asustaron y abandonaron el lugar aterrorizados. El alcalde, que en ese momento era Carlos López Abellán, decidió tapar de inmediato el pasadizo y propuso erigir un monumento al “Cristo de la Luz” para incluir la plaza bajo la protección divina, encontró enseguida el apoyo y la colaboración del señor Romero Ochoa, presidente da la Hermandad, y ambos encargaron al escultor granadino Fajardo que realizase una gran cruz esculpida en mármoles de Macael y Sierra Elvira. Los gastos se sufragaron por suscripción popular en la creencia de que quien pagara también estaría protegido.
La cruz la puedes contemplar a la derecha de la preciosa fachada plateresca de la iglesia y yo te sugiero, para probar tu buena fortuna, que te des un paseo por la zona una noche de luna llena de este cálido mes de agosto.