martes, 12 de agosto de 2008

Ecce muller.





Ecce muller.
19.1.2005.

Enfrascada en mis pensamientos, tomo conciencia de que mis pies me han encaminado ante la puerta de la iglesia de la Magdalena. Creo que ejerce sobre mí una especial atracción, y es que quizá sea verdad que dispone de un magnetismo telúrico, que ha sido capaz de atraer a los espíritus que tienen la sensibilidad a flor de piel, generación tras generación.
Consigo que mi mirada se centre en la piedra de la portada. Y observo con detenimiento el cuerpo superior. Bajo el escudo de un obispo y del año 1624, está la hornacina que cobija a María de Magdala, a sus pies y recorriendo el friso se lee la inscripción: “Ecce mullier q erat in civitate peccatrix luc 7”. En Lucas 7,37 encontramos su traducción: Había en la ciudad una mujer pecadora. Es el pasaje en el que una mujer bañaba con lágrimas los pies de Jesús, los enjugaba con sus cabellos, los besaba y los ungía con ungüento.
Nunca ha estado claro que esta mujer fuera Magdalena, fundamentalmente porque unos párrafos después, el mismo evangelista, la menciona como parte del equipo de mujeres que acompañan al maestro en sus predicaciones por ciudades y aldeas. Sistemáticamente la iglesia romana identificó a Magdalena con la pecadora hasta que en la segunda mitad del siglo XX se eliminaron las referencias a sus pecados, posiblemente presionados por los códices escritos en copto y conocidos como evangelios apócrifos en los que se señala a Magdalena como la más amada de todos los discípulos del Maestro, y también por ser sensibles a los planteamientos de las iglesias orientales que siempre la admiraron.
María es una asignatura pendiente para la jerarquía de la iglesia católica, fundamentalmente porque al ningunear su importante papel, se niega la participación de muchas mujeres en el proyecto de Dios. ¿Qué la de Magdala era pecadora? ¿Y quien no? El caso es que Jesús la eligió para que estuviera a su lado en todo momento, y fue a la primera que se hizo presente cuando resucitó. María fue valiente, trasgresora, leal, trabajadora, y enérgica, un verdadero modelo.
Posiblemente toda esa fortaleza espiritual permitiese que la pequeña y primitiva capilla visigoda, se transformase en catedral cuando en Guadix se estableció el Islam. Allí iba a rezar la población mozárabe, y entre ellos la bella Yamila, que acudía a los oficios con un velo negro que cubría la luna llena de su rostro y la noche de su cabellera y que, al igual que los sacerdotes y los hombres, estaba obligada a llevar un cinturón que los musulmanes habían impuesto a los pueblos conquistados, para tenerlos perfectamente identificados.
Con la llegada de los Reyes Católicos a la ciudad, se reforma y amplia. Cuando la iglesia de San Miguel aun sin terminar, que es oficialmente la parroquia, se deteriora tanto que se debe clausurar (en las últimas décadas del siglo XVII), la Ermita volverá a tomar protagonismo y se convertirá en el centro religioso del barrio. En el Inventario del Archivo Diocesano de 1845, se indicaba que el templo que nos ocupa estaba en buen estado, con residencia fija de un teniente que administraba los sacramentos en el barrio y donde los días festivos se celebraba misa, aunque seguía dependiendo de San Miguel. Y así siguió todo el siglo XIX, porque he podido leer en “El Accitano” que los domingos se celebraba la misa de alba; que en Jueves Santo se instalaba un suntuoso monumento bajo la dirección del sacerdote Aguilera Manrique; que durante el mes de marzo de 1899 se celebraron una Misa de Réquiem y un jubileo (costeados por la Junta Tradicionalista) por el alma de los soldados muertos en Cuba y Filipinas; y que la Capilla de la Catedral interpretó un magistral Miserere.
Durante la guerra civil española sirvió de albergue para refugiados, y cuando terminó se dedicó a la preparación del esparto para que luego fuese trabajado artesanalmente en las dependencias del palacio del obispo. Y como a tantas cosas un mal día le llegó la ruina. Una Escuela Taller la ha rehabilitado para que podamos volver a disfrutarla, esta vez en forma de un centro de interpretación del arte mudéjar. Esperemos que sea pronto. María Magdalena se lo merece.
Mientras tanto sube y obsérvala, en una mano parece tener un cáliz y en la otra un libro. ¿Quiso el escultor reconocerle lo que la iglesia le ha negado? ¿Poseerá en sus manos el cuerpo y la palabra de Cristo? ¿Será la representación de María Apóstol?