lunes, 25 de agosto de 2008

Para un corazón sin pilas.



Para un corazón sin pilas.
15 de enero de 2007.

Me dicen que no te encuentras bien, que desde hace meses no consigues atrapar las ganas de vivir, que tu alegría salió una noche por la puerta y todavía no ha regresado. Te llamo y me cuentas que no tienes energía, que sientes que las pilas de tu corazón se han agotado. Yo te animo a cambiar de compañía suministradora, te propongo pasear al Sol para que sea este astro quien te ilumine y te transmita su calor, pero si es demasiado potente, date baños de Luna. Me escuchas pero te noto ausente. Nos comprometemos a buscar un ratito para tomar “café paliqueado”.
Cuando cuelgo el teléfono vienen a mi unos versos de Luis García Montero: “Las palabras son barcos, y se pierden así, de boca en boca, como de niebla en niebla. Llevan su mercancía por las conversaciones sin encontrar un puerto, la noche que les pese igual que un ancla.” Es verdad que nos cuesta encontrar aquellas que puedan acariciar la profunda herida de un alma sensible. De tan manidas, parecen los maderos podridos de una vieja nave, que batalla, día a día, con las tempestades y la salitre de lo cotidiano.
Por eso prefiero esta modalidad de palabra que es la escrita, se que puedes volver a ella y descubrir que la vida la penetra y la posee, y quizá yo pueda poner un poco de bálsamo en tu corazón herido de tristeza.
Hoy, como ha ocurrido en los últimos meses, tienes el convencimiento de que existir no es trascendente. Piensas que la vida es un fugaz rayo de luz que apenas ilumina, como un relámpago, la noche oscura. Que no serás capaz de encontrar una hoguera que se enfrente al duro invierno por ti. Que no hallarás una mano amiga que te de seguridad mientras transitas por esa vereda que transcurre junto al precipicio, consciente de que el vértigo te paraliza… Y creo que tienes razón. Nadie te va a dar nada, porque si tu no te quieres y te respetas, es difícil que puedas interpretar los esfuerzos de quienes están a tu lado. No es posible complacer a todo el mundo, intentarlo es el camino más seguro para lograr la suprema infelicidad.
Solamente tu puedes darte la oportunidad que ahora mismo te estás negando. Tienes que hacerte con el timón de tu vida, porque navegas a la deriva. Sé que el gobierno más difícil es dirigir la propia existencia. Conseguirlo es el resultado final de una pedagogía interior que persigue armonizar nuestras tendencias ordenándolas en la dirección de aquello que llamamos “el bien”. Pero mientras lo conseguimos debemos ser perseverantes y conscientes de que superar las frustraciones es el único modo de seguir avanzando. Debemos practicar un autocontrol positivo (sin represiones neuróticas) para superar los impulsos más primarios, descubriendo lo bueno, lo grande y lo maravilloso que hay en la vida. Solo así alcanzamos mayores cotas de independencia, y logramos ser cada día un poco más libres, al zafarnos de hipócritas ataduras. Soy consciente de que el camino es largo y complicado, pero nada bueno se consigue sin esfuerzo.
No siempre tenemos en cuenta que esta vida es muy corta, y por ello no debemos desperdiciar ni un solo instante. Mi abuelo me dio un consejo cuando yo era una adolescente con preocupantes problemas de salud: en el preciso momento en que seas muy feliz, alza una copa vacía hacia el cielo y acto seguido guárdala boca abajo en tu vitrina; cuando te sientas muy triste vuelve a coger la copa y libera la dicha que atrapaste, respira profundamente y embelésate. Me convenció de que la felicidad es solo la suma de evanescentes instantes en los que nuestro ánimo se deja tocar por todo lo bueno que nos rodea y además tenemos la fortuna de ser conscientes de ello.
Has dicho alguna vez que tienes un bajo índice de asertividad, dado que verbalizas el problema, intenta diseñar un plan que lo resuelva. Comienza por ese difícil ejercicio de escribir en un folio blanco, dividido en dos columnas, tus virtudes y tus vicios. Sin lugar a dudas la segunda lista será muy larga, pero ya sabes que es más fácil ver lo malo que puede haber en nuestra vida e impregnarse de las opiniones negativa que se vierten sobre nuestra manera de ser. No te rindas hasta equilibrarlas. Te ayudo: en ti hay bondad, generosidad, integridad, austeridad, honestidad…
Arrimaré mi hombro para que te hartes de llorar. Después te pondrás nuevamente en marcha. No desfallezcas porque te necesitamos.